Los bosques nativos cumplen un papel crítico en el funcionamiento de los ecosistemas y en la provisión de bienes y servicios ambientales esenciales. Funcionan como sumideros de carbono, capturando y almacenando CO₂ atmosférico y contribuyendo a la mitigación del cambio climático.
Regulan el ciclo hidrológico a través de la interceptación de lluvias, la infiltración de agua en el suelo y la recarga de acuíferos, reduciendo el riesgo de inundaciones y sequías. Su cobertura vegetal disminuye la erosión hídrica y eólica, mantiene la fertilidad de los suelos y actúa como barrera natural frente a procesos de desertificación.
Además, moderan las temperaturas locales: al proveer sombra y liberar vapor de agua, reducen el impacto de las olas de calor y mejoran las condiciones de confort en las comunidades cercanas. A su vez, constituyen reservorios de biodiversidad, sosteniendo hábitats complejos que permiten la supervivencia de especies endémicas y migratorias, además de proveer recursos genéticos con aplicaciones en agricultura, medicina y biotecnología. En términos económicos, estos servicios ecosistémicos equivalen a infraestructuras naturales de altísimo valor, cuya degradación genera costos sociales y ambientales difíciles de revertir.
También son espacios de vida cotidiana y cultura: muchos de nuestros pueblos y comunidades rurales se organizan en torno a los recursos que brindan los bosques. Desde la leña que calienta los hogares hasta los frutos, hierbas medicinales o maderas que sostienen economías regionales, los bosques nativos son parte de nuestra identidad territorial y un patrimonio que debemos preservar.
La Ley Nacional 26.331 de Bosques y la Ley Provincial 14.888 nos marcan el camino: conservar, restaurar y usar de manera sostenible.