Comunicar sobre ambiente desde el Estado con una visión popular
Empecemos por el principio, ¿qué es la comunicación y por qué es importante hacerlo desde el Estado?
Parece una pregunta obvia, pero tenerlo claro es importante para lo que sigue. La comunicación es una práctica social que atraviesa nuestra vida cotidiana: hablamos, escribimos, gesticulamos, y hasta el silencio comunica. Pero cuando pensamos la comunicación desde el Estado, es clave entenderla más allá de la simple transmisión de mensajes. Comunicar implica gestionar sentidos, construir vínculos y generar efectos concretos, considerando no sólo qué se dice, sino también cómo, en qué contexto y para quién.
Lejos de una mirada lineal donde el Estado "informa" y la sociedad "recibe", la comunicación pública reconoce que los mensajes no llegan a una audiencia pasiva. Quienes reciben la información también interpretan, resignifican y transforman esos mensajes desde su propia experiencia, contexto y saberes. Por eso, para comunicar bien desde el Estado es necesario entender las condiciones de recepción y las herramientas que tienen las personas para decodificar lo que se dice.
Comunicar desde el Estado, entonces, no es solo difundir políticas públicas o campañas: es construir una relación de confianza con la ciudadanía, abrir espacios de diálogo y fortalecer la democracia. Una comunicación pública efectiva ayuda a que las personas se apropien de la información, participen activamente y se involucren en los procesos de cambio.
Después de comprender qué implica el proceso de comunicación y por qué es clave hacerlo desde el Estado, el siguiente paso es tener una lectura clara del contexto en el que vamos a comunicar, y contar con un marco teórico sólido que nos permita orientar y dar coherencia a cada una de nuestras acciones comunicativas.
En este sentido, repasemos lo que entendemos por ambientalismo popular. Cuando hablamos de ambiente, muchas veces la imagen se queda en los glaciares, los bosques o los animales en peligro. Pero el ambiente, ante todo, somos las personas. Las sequías, las inundaciones, la falta de acceso al agua potable, la contaminación que enferma a comunidades enteras: todos estos son impactos ambientales que afectan de forma directa nuestra calidad de vida. Por eso es fundamental entender el ambiente como una dimensión transversal a lo social, lo político y lo económico, y pensar el ambientalismo desde una perspectiva popular que priorice la justicia socioambiental.
Este enfoque requiere también tener presente el contexto local y global en el que se desarrolla. La crisis climática es una realidad innegable que avanza con fuerza y demanda acciones urgentes. Argentina, como el resto de los países, necesita asumir compromisos concretos, pero entendiendo que este es un desafío global que requiere coordinación internacional. La crisis ambiental no entiende de fronteras: se trata de un fenómeno multilateral y geopolítico, donde las decisiones de unos impactan inevitablemente en otros.
Al mismo tiempo, es clave reconocer que no todos los países tienen la misma responsabilidad ni las mismas capacidades para enfrentar la crisis. Las naciones más desarrolladas son las que históricamente han generado la mayor parte de las emisiones que alimentan el cambio climático. En cambio, países como Argentina, que hemos contribuido mucho menos al deterioro ambiental, enfrentamos grandes vulnerabilidades y menos recursos para adaptarnos. Por eso, la justicia climática también implica exigir compromisos diferenciados y apoyos internacionales para una transición justa.
¿Significa esto que cada mensaje debe repetir siempre estas ideas? No necesariamente, pero sí implica que tengamos presente este marco general y la forma en que entendemos el mundo y nuestro contexto. Así, podemos interpretar mejor cada situación sobre la que comunicamos y darle sentido dentro de una visión coherente y consciente.
¿Cómo lo llevamos a la práctica?
A continuación, te compartimos cinco pasos clave para llevar a la práctica una comunicación ambiental efectiva desde el Estado.
Planificación.
La planificación es el punto de partida para llevar a la práctica una estrategia de comunicación ordenada. Nos permite definir las acciones necesarias para alcanzar nuestros objetivos y ordenar cómo contamos lo que hacemos. Los planes de comunicación funcionan como una hoja de ruta que orienta nuestro trabajo, facilitando la construcción de mensajes efectivos que conecten con la ciudadanía bonaerense.
Mensajes.
Los mensajes tienen que estar bien definidos dentro del plan de comunicación. Es importante establecer qué queremos decir, por qué es relevante y cómo lo vamos a contar. También debemos pensar en el momento adecuado para compartirlos y a través de qué medios, garantizando que la información llegue de manera clara y eficaz a los diferentes públicos.
Objetivos.
Tener claros nuestros objetivos nos ayuda a enfocar los esfuerzos y evaluar si nuestras acciones de comunicación están funcionando. Desde el Estado, estos pueden incluir informar sobre nuevas políticas, promover programas sociales, educar a la población sobre temas ambientales o fomentar la participación ciudadana. Definirlos es clave para orientar todo el plan.
Público.
Identificar correctamente a qué público nos dirigimos nos permite construir mensajes que realmente conecten con las personas. Conocer sus características, intereses y necesidades es fundamental para que la comunicación sea efectiva. La diversidad de la población exige considerar variables como edad, género, ocupación, territorio y nivel educativo.
Canales.
Elegir adecuadamente a través de qué canales transmitimos cada mensaje, garantiza que llegue adecuadamente a destino. La combinación de distintos medios —desde comunicados de prensa y redes sociales hasta encuentros presenciales o actividades comunitarias— nos permite ampliar el alcance y asegurar que cada público acceda a la información por las vías que le resulten más accesibles.
Cosas que aprendimos y ejemplos prácticos
La comunicación ambiental tiene desafíos particulares, principalmente porque se trata de una agenda relativamente nueva y de mucha información y conceptos técnicos. Muchos de los conceptos que se manejan no son de conocimiento general, sino que suelen estar limitados a nichos específicos. Por eso, es clave que la comunicación tenga un enfoque pedagógico, explicando desde lo más básico y evitando dar por sentado que el público ya conoce ciertas definiciones o prácticas porque dejaríamos a ese público afuera desde el vamos.
Por ejemplo, si queremos fomentar el hábito del reciclado, un primer paso fundamental es explicar de manera clara qué significa la separación en origen y cómo se lleva a cabo correctamente. Recursos como campañas visuales o tutoriales sencillos en redes sociales pueden ayudar a que la gente incorpore esta práctica en su vida cotidiana. Ejemplo: campaña de separación en origen.
Luego, es necesario acompañar la explicación con argumentos que refuercen la importancia del hábito. Por ejemplo, combatir la percepción errónea de que separar residuos no sirve porque "todo termina junto". Mostrar de forma transparente el proceso de reciclaje y los beneficios ambientales ayuda a consolidar la confianza en estas prácticas. Ejemplo: desmitificación del reciclaje.
Cuando hablamos de comunicación desde el Estado o los municipios, es fundamental que la información sobre cómo separar los residuos se complemente con datos específicos y prácticos: qué hacer con los reciclables, dónde llevarlos, qué días hay recolección diferenciada, y qué materiales acepta cada punto de recolección.
En definitiva, una buena estrategia de comunicación ambiental no solo informa, sino que también motiva y facilita la acción ciudadana y muestra la importancia de la acción estatal para resolver los problemas. De esta manera, se trata de acompañar el proceso de aprendizaje de la sociedad, brindando herramientas claras que permitan comprender el impacto positivo de los cambios ciudadanos enmarcados en una estrategia más grande de transición.
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